Saludos nada cordiales by Christophe Carlier

Saludos nada cordiales by Christophe Carlier

autor:Christophe Carlier
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
publicado: 2018-10-14T22:00:00+00:00


Contemplar el mar incita a pensar en la vida, la muerte, el destino, los marinos perdidos y los naufragios. A Marge no se le habría ocurrido mandar anónimos si hubiera vivido en la ciudad, donde las noches son luminosas y las calles están llenas de gente; donde cada cual va a lo suyo en medio de un jaleo de quehaceres diversos.

Todo era a la vez más sencillo y más trágico en esas veladas solitarias en que el viento aullaba. Bastaba arrojar una palabra por escrito para sellar un destino. «Es usted una mentirosa.» «Nunca ha sido fiel.» «La envidia es su cáncer. Acabará con usted.» Las palabras la calmaban, y al pensar en que en alguna parte, quizá a dos calles de allí, un alma lucharía de pronto contra sí misma, para acabar cediendo a sus malas inclinaciones, Marge sonreía, liberada de un resentimiento que otros expiarían en su lugar. En su lugar y para siempre.

Se prohibiría no obstante todo comadreo. Era demasiado inteligente para caer en eso. Se comportaría no como una artista impulsiva, sino como el general de un ejército. Se trataba de retomar las riendas de la isla, de devolverle la vida. Contactos, conversaciones, roces y, ¡qué diablos!, por fin un proyecto al que entregarse.

Durante los días que siguieron a los primeros envíos, se sintió a la vez culpable y aliviada, como cuando se cambia de sitio un cuadro o un objeto. Uno piensa: Así está mejor, pero siente que acaba de destruir una armonía. No había previsto esa mezcla de remordimiento y de alegría. Pensaba: No debería haber enviado esas cartas, pero había puesto en marcha un motor que, según el momento, se embalaba o ronroneaba despacio.

El autor de las misivas era la comidilla de toda la isla.

–Tiene que ser algún amargado o algún envidioso. Un insatisfecho, como los hay tantos.

En La Marine escuchaba con deleite a los parroquianos acodados en la barra, cuyo juicio la dejaba fuera de toda sospecha. Era rica, lo que la protegía de las pequeñas mezquindades del día a día. Nunca había sido chismosa. Sería la última interrogada de haber una investigación, por lo que su pequeño negocio epistolar aún tenía un bonito futuro por delante.

Saboreaba en silencio esos comentarios y aprobaba con un gesto de cabeza a los valerosos, cuyo optimismo se mantenía incólume. Estos repetían que los lazos de amistad que unían a los isleños resistirían esa prueba. Bonita lección de humanidad. ¿Cuánto tardaría en resquebrajarse semejante quimera?



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